La
primera vez que vi de cerca actuar un radar estaba a seis mil metros
de altura cerca de las islas Turcas a bordo del laboratorio
meteorológico “Ciclón”, convertido en caza huracanes durante la
campaña de 1987.
A
finales agosto de aquel año la nave IL-18, enviada por la Academia
de Ciencias de la URSS, equipada con modernas técnicas para el
estudios de las depresiones tropicales, estableció su base en el
aeropuerto de Camagüey en espera de una oportunidad para intentar el
primer vuelo al ojo de un huracán realizado desde Cuba.
No
tuvo que esperar mucho tiempo, para el 21 de septiembre la tormenta
tropical recién formada en el Caribe occidental y pronto convertida
en el huracán Emily estaba a nuestras puertas estrenando el preludio
de los violentos eventos que desde entonces se han sucedido. Emily
venia con rumbo impreciso bordeando el sur de Santo Domingo con
amenaza sobre el extremo de las provincias orientales de Cuba.
Mientras, en el Centro de Radares de Camagüey, los equipos con la
ayuda de los satélites meteorológicos conformaron una posible ruta
del ciclón, advirtiendo que Emily estaba remontando al noroeste,
para alejarse de Cuba