Un
día de junio nuestro maestro de cuarto grado trajo y coloco sobre la
mesa del aula una latica donde se levantaba un pequeño y entonces
débil tallo verde.
El
estuvo hablando sobre arboles y bosques, pueblos y patrimonios que la
Naturaleza nos ofrece. Pienso que de no haber sido el buen maestro
que fue hubiera sido un ecologista adelantando a su época. Por eso
nunca olvido ni el tiempo ni el momento aunque yo entonces tenia diez
años y estaba en cuarto grado.
Por
tres o cuatro días nuestro profesor mantuvo la postura de cedro en
un soleado rincón del aula y cada vez nosotros teníamos la cuenta
de regarla. Por fin un día nos dijo; “!Hoy es el Día del Árbol.
vamos a sembrarlo!”.
Nuestra
escuela publica, la número 6, José de la Luz y Caballero, tenia un
agradable jardín umbroso al lado del cual se corrían las aulas del
viejo caserón de tejas y a ratos pisos de ladrillos. Detrás, al
fondo una gran patio donde nos íbamos a mataperrear entre clases.
“Será
aquí, ---nos dijo y cavamos al frente del jardín junto a la
entrada---, Este será un gran árbol que les verá crecer junto a
el. No se olviden”.