Quién
lo diría, pero en este próximo 22 de marzo hace más de dos siglos
que mama Inés está tomando café en Cuba.
Para
hablar del café hay que desbordar la imaginación y comenzar por
aquel café – café de a tres kilos que te podías tomar en
cualquiera de las sepetecientas cafeterías que entonces existían.
Los tiempos cambian, pero nuestro gusto por el café no. Puede que la
ciencia discrepe o no sobre los beneficios del café, pero entre
nosotros sigue la coladita del medio día en cualquier vivienda de
este país.
Desdichadamente
tanto ha llovido desde entonces, y tanta agua ha ha caído que
ahora nosotros que somos así de optimistas, logramos magnificas
combinaciones que los cubanos contemporáneos paladean con
interesantes apelativos semánticos como cafurre,
casicafe, cafunga cafuchino,
hasta llegar el actual ¡Hola!,
sobrecito ensolafado que no tiene la culpa de su cincuenta por ciento
de defecto de fabricación.
Se
sabe que durante el 1748, el comerciante habanero José Antonio
Gelabert introdujo el café en la Isla, luego de haber emprendido un
viaje a República Dominicana. Sus sembrados se establecidos a partir
del 22 de marzo en el Wajay, espacio de las afueras de La Habana mas
como curiosidad que como negocio.