Revisando
recientemente los “Papeles” de Juan José Díaz de Espada y
Fernández de
Landa (1756-1832), quien fuera Obispo de La Habana durante 30 años ,
entre 1802,
fecha de su llegada a Cuba, aunque fue nombrado en 1800 y su muerte,
en 1832,
conocimos de las exploraciones espeleológicas que llevó a cabo en
1805 en las
provincias de Matanzas y Villa Clara.
Estas
actividades se integran a la Historia de la espeleología cubana,
llenando el vacío
entre fines del siglo XVIII y los primeros relatos de exploraciones
realizadas por
Tranquilino Sandalio de Noda en 1831, ya recogidas en el “Esquema
Histórico” publicado
en 1960 por Núñez Jiménez en la Revista de la Junta Nacional de Arqueología
y Etnología, luego reproducida en la recopilación “20 Años
Explorando a
Cuba”.
La
polémica figura del Obispo Espada ha sido mucho más historiada por
sus posiciones
políticas y su radicalismo social que, por supuesto, esta faceta
destacable
de su curiosidad intelectual y su interés por conocer la geografía
de la
tierra
que comprendía su diócesis. Las descripciones de los sitios
recorridos en su
peregrinar
por los pueblos del país poniendo orden a los asuntos eclesiásticos
son
sumamente
interesantes y, por supuesto, adornadas con la retórica de la época.
En
el
caso particular de sus visitas a varias cuevas es realmente más
importante la
noticia,
per se, que el valor científico de sus observaciones aunque las
reseñas son
meritorias,
sin lugar a dudas.
Su
ayudante, Fray Hipólito Sánchez Rangel fue el encargado de relatar
la Visita
Pastoral
de 1804-1805 en la que se describen las exploraciones que hemos
mencionado.
Sánchez de Rangel, basado en el diario que llevó de esta etapa de
su
vida
en La Habana, escribió estas memorias siendo ya Obispo de Lugo
(antes lo fue
de
Maynas, Perú, cuyo nombramiento llegó estando al servicio del
Obispo de
Espada),
terminándolas el 8 de diciembre de 1833.
El
13 de febrero, en Matanzas, relata, en la margen occidental del río
Cañas:
“Viniendo
de La Habana por las orillas del río Cañas, y mirando al Norte como
un
cuarto
de legua de la ciudad, se hallan en un bosque claro y no muy lejos de
lgunos
cerros, ciertas cuevas subterráneas de un aspecto el más admirable
y
sombroso,
cuya vista insensiblemente, conduce a la admiración y al espanto; al
paso
que recrea el alma con las más sublimes ideas... Al más diestro
arquitecto y al
más
sabio naturalista, le faltarían voces y términos adecuados para
describir con
oportunidad
un conjunto de fenómenos tan estupendos, tan raros y asombrosos...”
“Llegamos
a sus bocas por entre peñascos y monte inaccesible, nos introdujimos
sucesivamente
por todos sus pavimentos, vimos con espanto y admiración
aquellos
espectáculos admirables y nunca bien ponderados por la profunda
sabiduría
del autor del universo que allí resplandece, y con una voz
silenciosa,
reprende
la indiscreta curiosidad del hombre...Cada cual prorrumpió llevado
de un
entusiasmo
nunca visto: ¡válgame Dios! ¡Qué admirable es Dios! ¡Qué
prodigiosa y
llena
de arcanos inescrutables es la naturaleza!...”
Y
llega la descripción de la primera cueva:
“A
la primera entrada que tiene aspecto sombrío y al parecer
horroroso... nos
hallamos
en una primorosa sala ovalada perfectamente, con un declive de
columnas
en el medio, procedentes de la filtración de las aguas que se
introducen
por
la piedra que sirve de techumbre a toda la circunferencia de esta
obra o artificio
natural.
Viene a ser como de 50 a 60 varas alrededor, sobre un piso arenoso y
extremadamente
llano, cubierto de inmensidad de moldeaduras de distintos
aspectos...
Por una rinconera de dicha sala nos introdujimos en una especie de
laboratorio
de Química a la manera de un espacioso nicho y allí vimos
enteramente
cristalizándose
la piedra por efecto de su mayor y más perceptible filtración,
produciendo
insensiblemente columnas, grupos y pirámides, cuyos esmaltes de
distintas
clases resaltaban con luces que llevaban
“Esta
viene a ser la primera cueva en cuanto a sus principales partes y
omitiendo
todas
sus menudencias de varias bocas, de otros tantos arquitos pequeños,
hendiduras
y muchos riscos, cuya descripción pudiera ser fastidiosa, diré algo
de lo
que
resta. A la izquierda de la entrada de dicha cueva ase ve otra boca
en forma de
una
arco grande, pero desigual. Entramos allí precediendo varias luces y
prácticos
y
fuimos descendiendo por un derrumbadero a la distancia de tres varas.
Esta es
otra
bóveda perfecta, aunque no tan regular, y como la tercera parte de
la primera...
De
aquí entramos con alguna dificultad y medios corcovados por otra
boca... y allí
vimos
otro pavimento cuadrilongo, todo como si fuera un aposento lleno de
muebles,
confundido con infinitos derrames piramidales de otras tantas clases
y
figuras
que ha producido la misma piedra de su techo...”
Continúa
más adelante:
“...nos
condujeron a otra segunda cueva en la que tuvimos más que admirar.
Entramos
por un derrumbadero de piedras bajando a un estrecho plano como de
ocho
a diez varas en circuito donde hallamos derrames de la misma piedra y
pocas
figuras.
Aquí se tocó uno de aquellos grupos y sonaba como una campana.
Después
nos introdujeron por una estrecha boca bastante baja y nos hallamos
en
un
pavimento grande espacioso de varios derrames y columnas y
seguidamente en
otro
pavimento, cuyas circunstancias encantan. Es desigual en el pico y
circunferencia
y por tanto, más hermoso. No se puede ver de un golpe... por la
variedad
de plantas de rinconeras y terrados y se conduce hacia la profundidad
por
entre
piedras escarpadas y aguanosas presentando desde su centro al que
mira
hacia
una de sus partes colaterales hasta el extremo superior de la bóveda,
un
monumento
el más respetuoso y magnífico, columnas estatuas, grupos y cascadas
con
una infinidad de derrames chicos y grandes que forman exquisitas
labores...
todo
interpolado y lleno de ventanas y puertecitas...”
“Por
entre peñascos y por varios pisos y aspectos de la misma especie nos
introdujeron
en la última cueva que por su construcción y variedad viene a ser
un
majestuoso
y magnífico templo. Su figura en el fondo es ovalada, pero tiene
unas
obras
o cortaduras que forman dos como cepillos, la una con desigualdad en
el
iso...
A la entrada se ve una especie de abanico y remata en el suelo como
puño y
en
forma de arco... hallamos una porción de murciélagos y en el suelo
algunas
semillas
secas, y cangrejos muertos”.
A
lo que sigue el desacuerdo de Espada con el escolasticismo imperante
en la
época,
señalando:
“Hay
en estas cuevas tanta variedad de cosas que confunden su descripción
en el
entendimiento
más despejado y no presenta términos a la lengua más expedita...
Sería
de desear que los que hacen estudio de la naturaleza vinieran a ver y
describir
con
toda propiedad un conjunto de fenómenos tan admirables y tan raros”.
La
siguiente mención corresponde a los alrededores de la actual ciudad
de
Remedios,
en Villa Clara, donde anota el secretario del Obispo:
“El
día 2 de abril y segundo de Pascua fuimos S.I. y familia con lucido
acompañamiento
a ver unas cuevas distantes dos leguas de este pueblo y en un
monte
espesísimo de piedras y de árboles... Dichas cuevas vienen a estar
en las
mismas
entrañas de tal monte... Comienza con disminución, desde una
llanura de
un
bosque, a elevarse hacia el cielo, y está vestido todo de árboles y
grandes
peñascos
que hacen su subida inaccesible y su visita la más majestuosa.
Subimos
sin
embargo S.I. y toda la comitiva hasta la misma cima que llaman la
Vigía desde
donde
se vieron todos los horizontes, la mar con bastante extensión y los
campos
divididos
ya en las llanuras ya en las montañas...”
“Antes
de llegar a la cima se hallan las bocas de las cuevas adonde entramos
con
luces
como en las de Matanzas. Son unos espacios obscuros y que presentando
un
aspecto
horroroso, no habiendo en los tres primeros nada de particular, sino
un
hermoso
pavimento con bastante luz y algunas piedras y columnas en su medio
que
forman con su bóveda muy sólida un majestuoso templo”.
“Más
hacia el centro de la sierra bajamos a otra que tiene de particular,
el estar toda
jaspeada
la bóveda efecto. de la tierra por donde pasa el agua que se filtra,
la cual si
es
colorada transmite su color con la misma agua, y si es negra lo
mismo... en otra
cueva
que vimos al bajar de la Vigía se registra una media naranja a la
entrada,
como
en un pórtico que presenta una vista magnífica... subimos y bajamos
con
bastante
trabajo...”
Es
lamentable que no quedase noticia del nombre con que los naturales
conocían
aquellas
cuevas pues hubiese sido más fácil seguir las huellas de la
aventura
espeleológica
del notable Obispo. Sin embargo, esta página hasta ahora
desconocida
de la historia de la espeleología nacional, tiene un notable valor,
no tan
sólo
por sus protagonistas principales, sino por constituir los primeros
reportes
conocidos
de estas localidades. De seguro quedan aún por descubrir, en otros
autores
que viajaron por el archipiélago, descripciones de las exploraciones
espeleológicas
que mejoren nuestro acervo. No son pocos los
estudiosos
que visitaron o se radicaron en Cuba que son conocidos por otras
facetas
y no como espeleólogos.
Por.
Leslie F. Molerio León
Miembro
Ordinario de la Sociedad Espeleológica de Cuba
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