No solo los hijos de mamá Inés toman café.


Quién lo diría, pero en este próximo 22 de marzo hace más de dos siglos que mama Inés está tomando café en Cuba.
Para hablar del café hay que desbordar la imaginación y comenzar por aquel café – café de a tres kilos que te podías tomar en cualquiera de las sepetecientas cafeterías que entonces existían. Los tiempos cambian, pero nuestro gusto por el café no. Puede que la ciencia discrepe o no sobre los beneficios del café, pero entre nosotros sigue la coladita del medio día en cualquier vivienda de este país.
Desdichadamente tanto ha llovido desde entonces, y tanta agua ha ha caído que ahora nosotros que somos así de optimistas, logramos magnificas combinaciones que los cubanos contemporáneos paladean con interesantes apelativos semánticos como cafurre, casicafe, cafunga cafuchino, hasta llegar el actual ¡Hola!, sobrecito ensolafado que no tiene la culpa de su cincuenta por ciento de defecto de fabricación.
Se sabe que durante el 1748, el comerciante habanero José Antonio Gelabert introdujo el café en la Isla, luego de haber emprendido un viaje a República Dominicana. Sus sembrados se establecidos a partir del 22 de marzo en el Wajay, espacio de las afueras de La Habana mas como curiosidad que como negocio.
 
Contrario a lo que muchos piensan, la llegada de esta bebida, a la Isla, ocurrió mucho antes de la Revolución de Haití, cuando colonos franceses se vieron en la necesidad de abandonar ese país, pues les resultaba imposible frenar la sublevación esclava. Por ello, ocurrió un incesante flujo migratorio entre los años 1791 y 1800, que tuvo como consecuencia el asentamiento de franceses en todo el territorio nacional, aunque predominaron zonas del oriente como destino principal.
La Sierra Maestra y el macizo montañoso Sagua-Baracoa ofrecieron indicadores de altura, temperatura y humedad propicios para la siembra de este grano, aunque poco tiempo después ya se encontraba poblando el Escambray, así como en las Sierras del Rosario y de los Órganos, respectivamente.
Es a partir de este momento que el archipiélago se inserta domesticas en el mercado cafetalero internacional. El mantenimiento de la esclavitud proveía de la mano de trabajo necesaria para el desarrollo de la Isla como una potencia en materia de este grano. Ello, sumado a la sapiencia que aportaron los colonos franceses en materia de cultivo y cuidado del grano, propiciaron que Cuba se posicionase como uno de los mayores exportadores de café, a nivel mundial. La geografía de Camagüey no es propicia para el cultivo del café, aunque existen pequeñas plantaciones domesticas bajo los bosques cubiteros o de Najasa, aun que no por ello dejamos de ser buenos consumidores de café
 La producción actual de café en Cuba dista mucho de aquella que floreció en el XIX. Hoy en día, el país no cuenta con una industria suficiente para satisfacer la demanda nacional y extranjera, a pesar de poseer un terreno idóneo para este cultivo. Sin embargo, el consumo esta infusión continúa imponiéndose como una tradición de la que participan todas las esferas de la sociedad cubana, demostrando que no solo “los negros tomamos café”
Normalmente el cubano cuela el café sin azúcar, luego, con la cafetera humeante le da el punto y lo revuelve para servirlo en tazas, así, un poco más dulce o más amargo todos lo catamos, confiriéndole luego al ejecutante mejor o peor fama, pero es así como el café cubano tiene su encanto, pues agregar el azúcar al gusto ya servido en la taza…por alguna razón no nos resulta atractivo.
El café cubano que se toma en casa no queda espumoso como el expreso, su sabor es mucho más fuerte que el del café americano, no lleva leche, no es capuchino, no se le agrega azúcar cuando se sirve pues ya la trae incluida a gusto del que lo hizo, por eso el café cubano es tan diferente, tan peculiar, porque su sabor tiene un poco de todo, pero no se parece a ninguno.



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