Los cimarrones en el antro espeleológico de Camagüey

El aborigen, y aun no se sabe desde cuando, fue el primero que tuvo  contacto con las cuevas del archipiélago cubano. En ellas halló no solo refugio del frío y la lluvia, sino que a partir de allí pobló su fantasía con ritos religiosos que en alguna medida plasmó a través de sus dibujos y grabados. Lenguaje aun no desentrañado y que por su diversidad podemos tener idea de las numerosas influencias que le animaron, ya que es muy probable que no solo por el arco del Caribe y desde la cuenca del Amazonas nos llegaran las migraciones.

Señalar en qué medida su cultura se desarrolló a partir de los abrigos rocosos o qué llegaron a representar las cuevas para ellos, es aun tarea difícil para la arqueología y la antropología contemporánea. En cuanto al territorio de Camagüey se refiere , las pinturas aborígenes hasta ahora encontradas denotan diferentes ideas y patrones en lo que pudieran ser diferentes etapas de una o más culturas superpuestas o coincidentes. Tampoco se conocen las razones por las que fueron seleccionadas unas cuevas y no otras para ser utilizadas y dejar sus trazos y huellas.

De todas formas este aborigen, Ciboney costero o Taíno de tierra adentro, poseía una determinada cultura en sus relaciones con los fenómenos carsicos. Formaba parte de su naturaleza y de su identidad. No significa acaso el prefijo Siba o Ciba, piedra o roca?. Así que los cronistas aseguran que ciboney o siboney puede ser interpretado como "hombre que vive en las piedras" o "tierra de los hombres que viven entre las piedras". 

Debemos de tener en cuenta que este ultimo fue el nombre genérico con el que eran conocidos los indocubanos por el resto de los antillanos.

Este recuento es necesario para comprender las raíces de las relaciones del aborigen cubano con las cuevas y comparar a su vez las causas por la que los negros africanos, traídos como esclavos a Cuba, no tuvieron al menos. mayoritariamente, las iguales relaciones  o inclinaciones hacia el antro espeleologico en igual medida que el indocubano. Esto se debe, en primer lugar, a una falta de antecedentes  en su patrimonio social e histórico.

El negro esclavo, huído al monte, convertido en cimarrón, apalencado por lo regular,  dejó muy pocas evidencias en las cuevas y de ellos solo aparecen muy escasos dibujos e instrumentos de trabajo y aun útiles domésticos.

La palabras cimarrón, se compone de antiguas voces castellanas que en su conjunto significan "extraño", "huidor" o "falto de la parte de acá" y por lo general el español la diseminó a todo el continente americano, pues aun se denomina cimarrón a los animales domésticos y su descendencia cuando se hace montaraz, menos al perro, al que entonces se le denomina jíbaro.

Cimarrón pues se aplicó al negro esclavo huido, al que andaba errante y casi siempre solitario por los campos. Cuando se reunían varios cimarrones en un punto, se convertían en apalencados; el palenque era el lugar donde los esclavos alzados se hacían fuertes, escogiendo parajes de dificil acceso, bien defendidos por la naturaleza y con varias vías que les permitiera escapar a la persecución o evitar el cerco; allí fundaban labranzas y colonias cuando había negras. Se sabe que en Cuba los principales palenques estuvieron en la Sierra Maestra y la ciénaga de Zapata.

Las cuevas, salvo excepciones, fueron para los negros prófugos paraderos ocasionales, pues de común preferían merodear en torno a las poblaciones y haciendas, donde buscaban o recibían suministros e informaciones, e incluso intercambio comercial, o simplemente encubrimiento.

Pero además se situaban  en los linderos del monte, junto a cualquier estancia campesina, creando una labranza o conuco por la que pagaban alguna pequeña suma o realizaban algunos servicios al campesino a cambio de poder encubrir sus cultivos y el que además les suministraba aperos de labranzas, machetes, pólvora y cacharros, vendidos o cambiados.

Por otra parte, y a partir del siglo XVIII,  las autoridades coloniales ofrecieron la libertad a determinados esclavos a cambio de que estos se sumaran a partidas de rancheadores para colaboraran en la captura de nuevos cimarrones, así que en ese camino se dio una situación contradictoria, pues a veces los esclavos daban su apoyo a los cimarrones, pero en otras podía perseguirlos.

Esta actitud contrasta con la de los sectores mas desposeídos de la población, incluyendo campesinos pobres, criollos o españoles, quienes sufrieron persecución de las autoridades coloniales por ofrecer refugio a los esclavos alzados.
Quienes sin dudas sacaron provecho económico en esta etapa del cimarronaje fueron algunos comerciantes, ya que junto al beneficio obtenido con el intercambio de mercancías con grupos rebeldes, aseguraban y obtenían protección para moverse libremente por las rutas del contrabando. Muchas regiones del territorio deben su nombre al paso o estancia de estas oleadas de negros, tales como Gurugu, Ongolsongo, El Congo, El Guije, Palenque, Curajaya, y era que el negro cimarrón necesitaba ser una fuerza en constante movimiento, con palenques poco duraderos, en grupos reducidos que en caso de sentirse perseguidos ser capaz de dispersarse, solos o en parejas, para reunirse de nuevo en algún punto acordado. Es por ello que palenques y cimarrones jamás dejaron de existir.

Las observaciones que en 1970 se realizaron en las cuevas de La Concha, Dos Hermanas, La Fuente y Cimarrones, en la región de Providencia, lugar inmediato a Los Cangilones del río Máximo, al este de la Sierra de Cubitas, ofrecen evidencia de estos temas, pues incluso el área se halla en las inmediaciones de algunos antiguos trapiches azucareros, por lo que fue bien posible el intercambio entre cimarrones y esclavos de esas plantaciones y mucho más en nuestro territorio, donde la economía ganadera de las haciendas permitía a los peones  grandes desplazamientos sin los rigores que imponía la plantación cañera.
En estas cuevas se hallaron restos de loza, alfarería, instrumentos de labor y algunos trazos en las paredes, así como construcciones rústicas realizadas con maderos y troncos ahuecados de palmas, pero este es un caso excepcional en Camagüey.
Las cuevas pues, entre los siglos XVII y XIX, fueron más que alojamientos, puntos de reunión, almacenes provisionales o escondites de ocasión. En ese extremo se encuentra una de las más conocidas cuevas camagüeyanas, la de Los Negros Cimarrones, situada en lo alto del cerro de Tuabaquey, Sierra de Cubitas, y conocida también como la cueva de Pichardo.

Otra cueva relacionada con el cimarronaje puede ser  la de María Teresa, historiadamente ligada a Gertrudis Gómez de Avellaneda, quien la incorporó al drama de su novela Sab.

Influye sin dudas en estas relaciones del cimarrón con el antro espeleológico, su falta de tradición o cultura, pues contrario al indocubano, los esclavos procedentes del Africa habitaban por lo general regiones de la costa atlántica, en los actuales territorios del Congo, Guinea y Costa de Marfil, altiplanicies de terrenos metamórficos o magmáticos, donde los fenómenos del proceso cársico son diferentes a los de la roca caliza. O sea, que apenas si mantenían contacto con el mundo del subsuelo y cuando ello era así, las cuevas no tuvieron la connotación que de ellas tuvieron los aborígenes
En Cuba el cimarrón utilizó el antro subterráneo como refugio ocasional o punto de concentración ya que, mejor preparados por tradición e historia para la lucha y defensa en el bosque, prefirió asentarse en regiones selváticas donde la movilidad y la dispersión le daba mayor posibilidad de supervivencia.

No tiene pues nada de extraño que las evidencias de los cimarrones en las cuevas, no solo de Camagüey, sino de el resto del país, sean tan escasas, aunque de vez en vez aparecen sus huellas.

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