Laura Jurado
"Mientras miraba asombrado la superficie, apareció un lago subterráneo en el mismo corazón de la montaña; decidí que dedicaría mi vida a la exploración de esas maravillosas entradas en la tierra". Edouard A. Martel acababa de internarse en las grutas de Han en Bélgica. Era sólo el principio de una pasión que le convertiría en el padre de la espeleología y en el investigador de sus lagos. Faltaban aún tres décadas para que descubriera en las Cuevas del Drach uno de los más grandes del mundo y lo bautizara con su nombre.
"Mientras miraba asombrado la superficie, apareció un lago subterráneo en el mismo corazón de la montaña; decidí que dedicaría mi vida a la exploración de esas maravillosas entradas en la tierra". Edouard A. Martel acababa de internarse en las grutas de Han en Bélgica. Era sólo el principio de una pasión que le convertiría en el padre de la espeleología y en el investigador de sus lagos. Faltaban aún tres décadas para que descubriera en las Cuevas del Drach uno de los más grandes del mundo y lo bautizara con su nombre.
Hasta los 29 años Edouard A. Martel vivió en la superficie. Hijo de una familia de juristas, nació en Pontoise (Francia) en 1859. Estudió en el Liceo Condorcet de París, se licenció en Derecho y se convirtió en un abogado agregado al tribunal de comercio del Sena. Leía con fervor a Julio Verne y descubría las primeras cuevas de la mano de su padre, aficionado a la paleontología; pero todavía no conocía la atracción por los abismos de la que hablaba el escritor francés.
Era aún un adolescente cuando, al borde de las grutas de Han (en las Árdenas belgas), se dijo que dedicaría su vida a la exploración de las cuevas. Un propósito que no se hizo realidad hasta 1888 cuando reconocería dos kilómetros de galerías en Bramabiau (Francia). La espeleología había nacido.
En su calendario de campañas anuales se sucedieron Italia, Suiza, Inglaterra... El propio Martel comenzó a calificarse como "un troglodita nato, tan ansioso de excavar bajo tierra como un tejón". En 1889 publicaba su primer recuento de observaciones. Les Abîmes, el más importante, aparecía en 1894 donde describió las más de 230 grutas y los 250 kilómetros de galerías de las que hizo levantamientos muy precisos.
Gracias al trabajo del francés, las exploraciones subterráneas alcanzaron el respeto científico. En ellas –y con la ayuda del guía Louis Armand– saldría a la luz un patrimonio ignorado, oculto en el subsuelo, que Martel luchó por abrir al público y al turismo.
Su recorrido por toda Europa hizo crecer su renombre internacional. Una fama que llevó al Archiduque Luis Salvador a invitarle para investigar las cavidades de Baleares. En septiembre de 1896 llegaba a las Cuevas del Drach, unas de las más famosas de Mallorca con cerca de 2.400 metros de longitud y una profundidad de 25 metros en su cota máxima.
El 9 de septiembre realizó su primera visita. Louis Armand, Fernando Moragues y el nieto del ayudante del Archiduque, Pedro Bonel de los Herreros, completaban la expedición. Hasta entonces se conocían tres cámaras: la Cueva Negra, la Cueva Blanca y la Cueva Luis Salvador. Al final de ésta tercera, un lugar llamado La Ventana donde empezaba lo desconocido. Frente a ella, un lago aún inexplorado.
Con su equipo y dos barcos hinchables, Martel cruzó el lago hoy bautizado con su nombre. Una balsa de agua de 117 metros de largo, 30 de ancho y hasta 14 de fondo. Uno de los lagos subterráneos más grandes del mundo, ligeramente salado y con una temperatura de 17ºC. Del otro lado del lago, descubrió una nueva parte de la gruta, llamada Cueva de los Franceses en su honor.
El lago Martel fue un peldaño más en su revolución científica sobre la circulación de aguas subterráneas. En 1891 el francés se había intoxicado gravemente al beber en una fuente del Lot. El cadáver de un buey en descomposición había contaminado el agua. Desde entonces investigó para explicar la propagación de epidemias y la contaminación a través de fuentes y pozos.
Sus estudios fructificaron en 1902 con la introducción de un nuevo artículo en la ley francesa relativa a la salud pública: la prohibición de arrojar cadáveres de animales y otros restos putrefactibles en las cuevas. Un añadido promulgado por el Parlamento francés que le valió el título de Benefactor de la Humanidad.
Hacía apenas unos años que había abandonado definitivamente sus actividades profesionales para dedicarse a la búsqueda científica. Había fundado la Sociedad Francesa de Espeleología, había ostentado el cargo de director de la revista Nature y publicado cerca de 1.000 títulos convirtiendo algunos en auténticos best sellers.
En 1938 Martel murió en Montbrison. Tenía 78 años y un currículum con 1.500 grutas exploradas. El mundo entero le rindió homenaje. Aquel troglodita decimonónico había pasado su vida rendido a la tentación que Verne le había descubierto en los libros: «No hay nada más poderoso que la atracción de los abismos».
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