Desde el primero de septiembre la temporada ciclónica, extendida para las áreas del Atlántico Norte y el Caribe, del primero de junio al 30 de noviembre, se torna doblemente peligrosa.
No solo porque para esta época y por lo general, la porción centro oriental del archipiélago cubano se encuentra en la ruta de las trayectorias ciclónicas, sino porque además, de septiembre a noviembre aumentan las posibilidades de turbonadas y huracanes, debido al calentamiento de la superficie del mar, mientras que los organismos anticiclónicos proporcionan condiciones favorables a las bajas meteorológicas en su desplazamiento.
Tengamos en cuenta que según crónicas y observaciones contemporáneas, entre el 1800 y el 1975, Cuba fue azotada por 165 perturbaciones ciclónicas en casi todos los meses del año, De ese número 120 se registraron de septiembre a noviembre, o sea, alrededor del 72% del total. En ese mismo periodo la provincia de Camagüey fue afectada en 20 oportunidades, pero resulta que en el 62% de los casos se presentaron en el peligroso trimestre. Seis de esos ciclones, casi la tercera parte del total, reportaron vientos de hasta 200 kilómetros por horas, catalogados como de mediana a gran intensidad.
En realidad estas tempestades pudieron tener consecuencias menos trágicas, pero el desconocimiento y la superstición originaron incalculables catástrofes. En el curso de muchos años se hizo necesario la tenaz lucha de la ciencia para llevar a las conciencias de los pueblos la necesidad de prepararse para enfrentar todo tipo de desastres naturales, entre ellos los ciclones.
En lo actual la red de equipos y estaciones meteorológicas extendida a todo el país, el desarrollo científico alcanzado y los adelantos técnicos que nos coloca en ventajosa posición para desentrañar las leyes del clima, ofrece a Cuba la posibilidad de tener una visión integral y descifrar desde el espacio cósmico las condiciones hidrometeoro lógicas del área en estudio. Para dicha tarea, se emplean estaciones receptoras de las señales de los satélites meteorológicos comenzados a instalar desde 1969, acontecimiento que nos ubicó desde entonces entre los primeros países de América Latina poseedores de una tecnología que permite obtener datos de satélites Geoestacionarios, llamados así por permanecer sobre un punto fijo del Ecuador de la Tierra y de los de Orbita Circunspolar los cuales giran alrededor de nuestro planeta de uno a otro polo. A ello sumamos, por supuesto, las medidas dictada por la Defensa Civil en cada oportunidad de amenaza y el apoyo que ofrecen los sectores de Comunales e Hidrológica a lo largo del año desobstruyendo redes de alcantarillado y limpieza de ríos, además, el pueblo tiene a manos recursos para tomar unas cuantas previsiones entre la que se encuentran limpieza de techos y azoteas, sumideros, desagües y canales sin esperar la presencia de perturbaciones ciclónicas para entonces lanzarnos a combatir el mal que se nos echa encima.
Históricamente octubre es el mes de mayor amenaza para Cuba, y aunque últimamente este mes no se ha mostrado muy activo e n los últimos años, no podemos perderle de vista y ahora mucho menos, si tenemos en cuenta las transformaciones que sufre la Naturaleza con notable influencia sobre el clima Tema omnipresente en las preocupaciones de casi todos los foros internacionales, científicos, sociales o políticos.
La experiencia de nuestro país sobre temporadas ciclónicas, y la alta técnica meteorológica alcanzada, que es una suerte de “cultura ciclonera”, nos permite efectivos sistemas de comunicación y movilización de la población, lo que nos ofrece la oportunidad de protegernos, resistir y recuperarnos como pocos países son capaces de hacer. Sin embargo ninguno de esos recursos y virtudes podría colocarnos a salvo ante la presencia de un huracán, si no aplicamos disciplina, chequeo y control en las medidas siempre necesarias, pero a veces no tomadas en cuenta.
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